De entusiastas a delincuentes.
Todos
disfrutamos de esa sensación agradable que uno tiene cuando conseguimos un
trato justo y nos vamos satisfechos después de cerrar un acuerdo, adquirido
algún bien concreto tras lograr un buen negocio, o alcanzado aquello que tanto
esfuerzo y trabajo nos ha costado con la posterior sensación de recompensa.
Pero también hay veces en las que uno tiene el pálpito de que va a salir
perdiendo, y hoy concretamente nos vamos a centrar en eso, porque sin comerlo
ni beberlo, es lo que nos está ocurriendo.
¿A quién no
le ha pasado alguna vez que algo dentro de nosotros nos dice que nos han engañado,
que nos han “vendido la moto”, que hemos caído en la trampa?. Me explico, este
jueves 8 de abril se ha aprobado en el Congreso de los Diputados la Ley de
Cambio Climático cuyo objetivo es la lucha en contra de los gases de efecto
invernadero, para cumplir con el Acuerdo de París, pactado en 2016 dentro del
marco de las Naciones Unidas y así acatar las propuestas de la Unión Europea.
Esto implica que se establezca por ley que en 2030 haya que reducir las
emisiones de gases de efecto invernadero en un 23% respecto a 1990 y que en
2050 tengamos como objetivo cero emisiones, con el 100% de la electricidad proviniendo
de energías renovables. Todo suena genial, ¿verdad?, hasta que nos paramos a
pensar en el proyecto de transición energética hacia los coches eléctricos.
Akio Toyoda,
el presidente de Toyota, decía en unas declaraciones lo siguiente: “Si se pasa
demasiado rápido a los coches eléctricos, la industria podría colapsar”. Podría
sonar interesado por parte del presidente de uno de los mayores fabricantes de
automóviles del planeta, no obstante Toyota ha sido pionera en la hibridación y
electrificación de vehículos, y ha implementado también diversas tecnologías
como vehículos con pila de hidrógeno. Entonces, si nos dejamos de recelos,
apartamos las teorías conspiranoicas y falacias ad hominem, y le damos
un par de vueltas al asunto, lo que dice este hombre tiene sentido.
El principal
problema que tienen los coches eléctricos a día de hoy, es sin lugar a dudas el
precio. Sin ir más lejos solo tenemos que tomar como ejemplo un utilitario
común como un Opel Corsa, fijarnos en la gama, y veremos que la versión
electrificada duplica el precio de la versión básica con motor de combustión
interna. Todo esto sin tener en cuenta otros impedimentos como tiempos de carga
de la batería, autonomía, infraestructuras adaptadas, una carencia importante
de suministro de energía para abastecer a un parque automovilístico
electrificado incluyendo zonas de carga de uso privado, y un largo etcétera.
Si miramos
hacia atrás, la economía global se vio gravemente afectada tras la Gran Recesión
de 2008, una crisis de la que los ciudadanos no nos hemos terminado de
recuperar dado que la Unión Europea y diversos gobiernos de los países que la
integran, para cumplir con los objetivos de déficit han tenido que implantar
unas políticas de austeridad en pos de salvar el sistema financiero, provocando
así que el poder adquisitivo de buena parte de las familias se vea reducido
sustancialmente. Y para más inri, cuando algunos empezaban a asomar la cabeza,
llega la crisis del Covid-19. Con dos crisis económicas de tal envergadura,
espaciadas en un lapso de tiempo de una década, se ha provocado que toda una
generación de jóvenes sufra cifras de paro generalizado del 40% en el país,
llegando en ciertos casos a rondar el 60% como ocurre en regiones
ultraperiféricas aisladas como Canarias.
Teniendo
esto en cuenta, no hace falta ser muy avispado para darse cuenta que si se
fuerza una transición energética hacia el coche eléctrico, siendo este más caro
y con una inmensa mayoría de la juventud en una situación laboral precaria o en
paro, el número de coches a venderse va a disminuir considerablemente, los
fabricantes reducirán los niveles de producción, facturarán menos, necesitarán
menos empleados, y se emitirán expedientes de regulación de empleo para
intentar salvarse de la bancarrota. Pero el problema no solo afecta a las
fábricas, sino que indirectamente al producirse menos vehículos, serán
necesarios menos talleres y concesionarios, eliminando así aun más puestos de
trabajo en un sector que tiene un gran peso dentro de Europa, y que ya de por
sí está siendo duramente castigado debido a las normativas medioambientales que
se han venido implementando durante los últimos años.
Pero aquí
viene el quid de la cuestión. Según los datos de la Agencia Europea del Medio
Ambiente, el 13% de las emisiones contaminantes de los gases de efecto
invernadero en los 28 países de la Unión Europea, viene de los vehículos de
transporte por carretera, mientras que el 56% de las partículas emitidas viene
de las viviendas particulares, tiendas, centros comerciales y edificios
públicos. Los procesos industriales acaparan el 10%, siendo el 7% el uso de la
energía utilizada en los mismos, y un 5% procesos agrícolas. Otro 5% viene dado
de la propia generación y transporte de la energía, mientras que el 4% restante
está relacionado con otros menesteres.
En este
heroico afán de la Unión Europea de salvar el planeta a base de coches
eléctricos, curiosamente se obvian los niveles de contaminación emitidos en la
producción de éstos, siendo derivados en gran medida de la producción de
baterías, con la consecuente polución emitida derivada de la explotación de
minas de materiales como el níquel, cadmio y litio, que provocan que por cada
utilitario eléctrico producido se emitan unas 24 toneladas de CO2 a la
atmósfera, llegando a alcanzar las 36 toneladas de CO2 con cada SUV, y
vehículos de mayor envergadura, en comparación a las 6 toneladas de CO2 que se
emiten al producir un coche de combustión interna convencional. Esto quiere
decir que, tomando como ejemplo el mismo Opel Corsa que mencionábamos antes, en
la fabricación de la versión eléctrica, se emiten las mismas toneladas de CO2
que el coche convencional en su proceso de producción más un posterior
recorrido de 160.000 km. Curiosamente la misma cifra que ofrece la garantía de
su batería. Pan para hoy, hambre para mañana.
Pero no nos
detengamos aquí. A nivel global, los porcentajes de emisiones de gases
contaminantes por países son los siguientes:
Es decir, la
Unión Europea emite un 9.7% de los gases contaminantes del planeta. Y haciendo
caso al estudio de la Agencia Europea del Medioambiente, mencionado
anteriormente, el 13% de ese 9.7% viene de los vehículos de transporte por
carretera, lo que equivale al 1,26% del total de la polución global.
Mientras
tanto, países como China que se declaran dentro del acuerdo, siguen sin marcar
una fecha definida y Estados Unidos aplica unas políticas mucho más laxas, a la
vez que muestran signos de una recuperación económica mucho más rápida y
elevada que el conjunto de la Unión Europea.
Con la
amenaza de una prohibición a la circulación de coches de combustión interna en
2050, la prominente subida de impuestos a los combustibles, la prohibición de
circulación a los vehículos más antiguos en núcleos poblacionales de más de
50.000 habitantes, más subvenciones europeas derivadas que alimentan la codicia
y ganas de llenarse los bolsillos de los integrantes de los ayuntamientos con
el pretexto de adaptar medidas relacionadas con la “movilidad sostenible”;
sumado a un previsible incremento de la tasa impositiva al vehículo clásico dada
la presión europea para que España renueve el parque automovilístico, el futuro
no pinta nada halagüeño. Y con perdón de la expresión, me jode que por un 1,26%
del total de las emisiones globales, todos los apasionados del motor en este
país, por culpa de una clase política inculta e irrespetuosa que legisla en
función de los intereses de unos pocos, tengamos las horas contadas para
disfrutar de estas maravillosas máquinas que nos dan un propósito más para
vivir, desde que tenemos uso de razón.
Y todo esto,
como decía al principio, sin comerlo ni beberlo. ¿No se sienten estafados?.
Excelente articulo.
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